Primer Manifiesto a los españoles de
S.M.C. Carlos VIII, Viareggio 29 de Junio de 1943.
Aún cuando he procurado contestar con el mayor
afecto, uno a uno, a cuántos españoles, en reiteradas ocasiones, se han
dirigido a Mi con la expresión de sus sentimientos de cariño, y de lealtad a la
Dinastía Legítima, me han impresionado de tal manera, por su número, y por el
ansia y devoción de sus emocionados acentos, que no me es posible callar por
más tiempo mí sentir, ni mis propósitos; que en ésta Comunión de creencias y de
lealtades, que han unido, en tantos años de batallar y sufrir, al pueblo Carlista
con sus Reyes, han marchado siempre de tal manera juntos y al unísono, por la
Misericordia de Dios, éstos y aquel, que no respondería a los deberes que me
imponen mi ascendencia Familiar y mi condición de Principe, si en estos
momentos de inquietud y de preocupación por el porvenir, no dirigiera a los
míos, a los legitimistas y a todos los buenos españoles unas palabras de
aliento y de esperanza que salen del fondo de mi alma, obedeciendo a una
convicción firmisima, consciente como nunca de mis responsabilidades.
Quizás debiera aún permanecer en silencio ante las
circunstancias en que el Generalísimo Franco tiene que hacer frente a tantos
peligros como rodean la Patria, logrando con tanto acierto mantenerla en paz,
que es inestimable don del Cielo, y marcando al propio tiempo con clara visión
de sus deberes, la rotunda rectificación de la vieja política liberal y de
constantes claudicaciones, características bien acusadas del régimen que
padeció España durante los últimos cien años, al volver la mirada con declarado
propósito de restauración, hacia el sentido Católico de la vida, nervio
constante de nuestra nacionalidad, así como a su gloriosa Historia.
Pero cuando otros se agitan y apremian, pretendiendo
restauraciones, que no serían jamás sin la enérgica y viril protesta carlista,
mi silencio podría ser juzgado como deserción; y ante esta posibilidad y
aquellas pretensiones, debo, como representante de la Dinastía Legítima, alzar
mi voz para hacer presente que no se ha extinguido la Raza Familiar a que tengo
la honra de pertenecer, ni ha sido ganada por la comodidad ni por la cobardía.
Dios para Quien no hay nada oculto en el alma humana, sabe
que jamás me ha movido, ni me mueve al presente, ambición alguna. Víctima
varias veces de la Revolución, ya desde niño, sin otro motivo que el de llevar
el nombre de una Estirpe ilustre, conozco del mundo lo suficiente para saber el
inestimable valor de una vida apartada de las luchas, que se desliza en la
pacibilidad de un hogar cristiano, en el seno de una familia constituida
conforme a los impulsos de nuestro corazón, al lado de una mujer piadosa y
buena. Pero sé también, que los Príncipes nacemos para algo más que para
pretender nuestra felicidad personal.
Amando a España con no menor amor con que la amaron mis Augustos
Tíos y Abuelos, los Caudillos que fueron de la Comunión Catolico-Monarquica, no
consentire que mi nombre pueda ser motivo de innecesaria discordia y, menos aún
en momentos de peligro para la Patria. Más, tengan presente todos también, que
a nadie es lícito explotar el patriotismo ajeno en provecho de una parcialidad.
La misión del Carlismo no está acabada ni cumplida. Por el
contrario, cada vez se ven más claros los horizontes de su porvenir. Si se
atiende a su actuación, siempre heroica y preciosa, como valladar de la
Revolución liberal o marxista, no puede desconocerse que ésta se halla
constantemente en acecho para aprovecharse de todo, a fin de levantar su cabeza
monstruosa, sin importarle las calamidades que la Patria sufra. De ahí que
nadie pueda considerarse tranquilo, ni mirar el porvenir confiadamente, sólo
porque en el interior se haya acabado de ganar una victoria sobre el
heterogéneo conglomerado de las fuerzas del mal.
En cuanto a la restauración de sus instituciones y de sus
doctrinas, la sola subsistencia de la Comunión Carlista a través de tantas
adversidades, muestra las bendiciones de Dios, que quiso probar a los suyos
para mayores merecimientos y más grandes recompensas. No importa que en días
como el nuestro, donde la Revolución tanto ha destruido, y tantas almas ha
envenenado, no sea fácil la regeneración como obra de un día. La Gracia de
Dios, en un momento, gana el corazón de la criatura humana. Los pueblos, en
cambio, reaccionan más lentamente y caminan más por etapas a su salvación,
mediante sucesivos esfuerzos y a costa de continuados merecimientos. Hoy todo
anuncia los días venturosos en que el Carlismo, última esperanza y recurso de
la sociedad española, con cuánto es y representa, presidirá los destinos de una
España, regenerada, paladín, como antaño de la Iglesia Católica.
De mi tengo que decir, al recibir los derechos de
legitimidad monárquica que me transmite mi Madre, conforme a la ley sucesoria
vigente en el Reino, que aspiro a ser digno del honor que me confiere esta herencia
y JURO mantener los Principios y el Programa de gobierno de mis agustos
antecesores, los reyes de la Dinastía Carlista. No necesito ya hacer otra
declaración al suscribir, como suscribo, cuanto aquéllos proclamaron y
defendieron con insuperable tesón sacrificandolo todo. Sé que al abrazarme a
esta Bandera que tremolare hasta la muerte, elijo el camino de los sacrificios
constantemente erizado de espinas y rodeado de enemigos. Pero ese es mi deber,
y el deber dignifica, ennoblece y justifica el propio vivir. Y sé también que
la Tradición española, que recibe su fuerza y vigor de la fe católica y que es
alma que no muda ni muere de la Patria, no desaparecerá jamás mientras España
exista.
Triunfe o no en mis días, la Causa de la Monarquía
Legítima, y de la Tradición nacional, estoy seguro de que, con mis leales, ese
pueblo sano y fervoroso, sin par en el mundo, habrá ganado una etapa más en el
camino de la salvación de España, que al fin y al cabo ha de ser cual soñaron
tantos héroes y tantos mártires como llenan con sus hechos las páginas de
nuestra gloriosa Historia.
Que Dios me ayude y que no me falte la asistencia de mis
admirables carlistas, y de los buenos españoles.
Carlos
S.M.C. Carlos VIII.